Educación de la Interioridad: callar ¿o "acallar"?

18.05.2020

Continúo explicando las confluencias que encuentro entre la propuesta de Stefano Cartabia y nuestra propuesta de Educación de la Interioridad. En este caso me voy a permitir, afirmando la confluencia de fondo que es total, hacer un matiz y cambiar de verbo por fidelidad al ámbito de nuestra propuesta que es de los colegios.
CALLAR: El callar pone el silencio en el centro del método, como eje portante, la piedra angular. Callar, silenciarse es la lógica continuación de la observación Stefano Cartabia. (El agujero en la flauta. Blog).
¿Puede el verbo "callar" formar parte de una propuesta pedagógica de los tres a los dieciocho años? ¿Es posible pretender callar a un niño, a un adolescente? ¿Ha de ser el colegio un lugar "callado? Son preguntas que debemos hacernos al acercarnos a este verbo tan potente, que más que verbo es experiencia.
¿Cuántas veces al día un/a maestro/a dirá a sus niños "por favor, ¿podéis callar?" o "Fulanito ¿nos harás el favor de callar un poco" o aquello otro de "si no calláis ¿cómo me vais a entender?". En ese contexto el verbo callar nace tantas veces de una petición casi de auxilio del educador que, ante la algarabía de 25 o 30 chavales, necesita abrirse paso para decir, para exponer, para explicar o, claro que sí, para descansar de tanto "ruido". Pero todo/a educador/a, en el fondo, ama de algún modo esa algarabía del colegio. Cuando los alumnos se van al finalizar el curso y el educador permanece en el colegio, este parece tan vacío, tan escaso de vida...
Por lo tanto, la forma que vamos a tener de entender el verbo "callar" en el contexto de la Educación de la Interioridad aplicada a un colegio tiene más que ver con el verbo "acallar".Nosotros, en un colegio, no podemos poner el silencio como centro del método. Dicho de otra manera, la educación de la interioridad como paradigma pedagógico, no es sinónimo de "educar para el silencio o en el silencio". No obstante, esto no quiere decir que el silencio no sea un "lugar" al que hemos de llegar, una experiencia que es obligatorio facilitar porque es un regalo que debemos hacernos a nosotros mismos y a nuestros alumnos. Porque el silencio no es "algo" que hacemos o tenemos, en un nivel profundo el ser humano es silencio.
Pero hemos de entender que un profesor de colegio trabaja con unas franjas de edad en las que la expresión de esa personita que el niño, el adolescente va siendo, debe encontrar espacios de libertad para su expresión personal. El niño de tres años que está aprendiendo cada vez más palabras, que mejora su pronunciación, tiene que hablar, tiene que cantar, tiene que expresarse, pero es que eso también vale para aquel alumno de Bachillerato que está preguntándose por su identidad y por su lugar en el mundo, necesita expresar sus inquietudes, necesita hablar, y mucho y a todas horas, con sus amigos... Por ello, prefiero hablar de "acallar" en lugar de "callar", que, como digo, en el contexto escolar quizá nos suena más a aquello de "mandar callar".
ACALLAR: efectivamente, como Stefano Cartabia indica en su blog, silenciarse es la lógica continuación de la observación. Observar, desde mi punto de vista, nos prepara para contemplar y, también mantener la mirada contemplativa, nos ayuda a ser más observadores. Observación y contemplación me parece a mí que van de la mano, aunque cada una encierra unos matices. Observa, en concreto tiene mucho que ver con fijarse en los detalles, en las partes... para ello, quien observa, aunque no se de cuenta, se "acalla". Los maestros sabemos bien que nuestros alumnos más callados y aparentemente tímidos o poco participativos, son en muchas ocasiones, sumamente observadores. Para mí, esos alumnos son como aquellos "acusmáticos" pitagóricos que, en su camino de iniciación a la sabiduría pitagórica, comenzaban por pasar años en silencio para aprender a escuchar antes que a hablar. Sí, en nuestras aulas hay "acusmáticos" y "acusmáticas" innatos. Niños, adolescentes, jóvenes a los que les gusta más escuchar que hablar. Son aquellos que de pronto, un día, te sorprenden recordándote aquello que dijiste o hiciste hace un montón, o te sueltan una frase lapidaria cargada de fuerza y verdad cuando tú creías que estaban en modo pasivo...
La persona observadora lo sepa o no, se acalla para ver mejor, para captar, para percibir. Se concentra y reconcentra sus potencias al focalizar su atención. Eso es lo que hace también el contemplativo, pero, además, en la contemplación, se añade una percepción más abierta y relajada, suma atención, pero atención amorosa, sin juicios de valor, dejando que aquello que es sea como es y como se manifiesta.
Sin un "acallarse" de las potencias es imposible. Cuando algo atrapa nuestra atención, un libro, una música, un rostro, una voz, una imagen, inmediatamente nos acallamos. Sabemos hacerlo de forma innata.
En la EI lo que haremos será potenciar el aprendizaje activo de ese "acallarse", hacerlo consciente con técnicas de silenciamiento como la relajación, la respiración consciente, la conciencia corporal, la meditación, etc.
Pero, repito, debemos ser conscientes que un niño de tres años, una niña de ocho, un chaval de quince, no pueden asumir esos procesos de silenciamiento como si fueran monjes tibetanos o cistercienses. Lo vivirán conforme a su edad y a su temperamento.
Por ello, ese "acallarse" debe ser propuesto con amor y con humor. Con un lenguaje cercano y significativo para cada edad. Es por esta razón, que el adulto educador deberá vivir él o ella mismo ese "acallarse", será alguien que sabe de silencio y del camino del silenciamiento, porque nadie puede dar lo que no tiene: si en mí, como educador no hay un fondo silencioso, sereno, "acallado" no podré guiar a mis alumnos por ese camino.
Pero, además, el objetivo de ese silenciamiento es, experimentar y gustar internamente de qué modo nuestro ser se unifica en ese acto de "acallarse", como puedo sentir la vida en mi piel, en mis venas, como puedo percibir con más claridad los pensamientos que valen la pena de los que no, como puedo, poco a poco, ir encontrando ese ser interior que soy y que es amigo y no da miedo. Para ello, comenzamos a los tres años, vamos tomándole el pulso a eso de "callarme" , le cogemos el gusto a la calma, a la quietud, a ese "acallarse" jugando a ello, haciéndolo en modo niño para, en edades posteriores, aprovechar ese camino recorrido para que el "saber acallarnos" nos ayude a afrontar tantos cambios propios de la pubertad y de la adolescencia y se convierta en una herramienta poderosa para nuestras elecciones vitales en el Bachillerato.
Acallar nuestro ser no supondrá quedarnos sin palabras, sino al contrario, otorgar mayor peso a lo que digamos desembarazándonos paulatinamente del hablar por hablar o por no callar... Acallarse es la escuela del verdadero diálogo y de la argumentación seria y profunda. Acallarse, efectivamente también nos prepara para saber meditar en el doble sentido: pensar bien las cosas antes de hacerlas y de decirlas y meditar como acto de "ir al centro" en un ejercicio de meditación u oración profunda.
En un colegio, tan lleno de voces, de idas y venidas, tan pleno de vida pujante, en crecimiento, no podemos hacer pivotar la EI únicamente en propuestas de silencio. Más bien en esas edades, les enseñaremos el camino del silenciamiento porque, en todo caso ¿quién ha vivido el Silencio, el verdadero Silencio? Creo yo que pocas personas pueden decirlo así, con todas las letras. El Gran Silencio místico es algo de adultos, es algo de años, es un don y una tarea. 
En el colegio, con nuestros niños y chavales, hemos de caminar por la senda de propuestas de silenciamiento desde esta significación del acallarnos, de calmar el ritmo, de respirar la Vida para disfrutarla aun más en honduras mayores que nos permitan "ir más allá", "mirar más allá", "escuchar más allá".

© 2020 Educación de la Interioridad. Elena Andrés 
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